¿Quién se
hace cargo?
Publicado en Diario UNO, Opinión, Domingo 18 de septiembre
de 2005
Dr. Alberto Montbrun
Profesor de Política Criminal
Universidad Aconcagua
La tremenda
situación vivida el domingo pasado en el estadio aviva un
debate dormido en Mendoza: el de la capacitación de nuestros
policías. No es la primera vez que efectivos de la fuerza se
ven envueltos en hechos de negligencia o impericia y tampoco
es la primera vez que se escuchan de los funcionarios
declaraciones disparatadas y absurdas.
Cuando se decidió la reforma policial en 1998, a pesar de
estar en desacuerdo con la misma apoyé fuertemente la creación
del Instituto Universitario de Seguridad Pública, como ámbito
de capacitación y profesionalización de los policías que los
pusiera a tono con la complejidad y virulencia del entorno
social con el que deben lidiar.
La idea de la reforma, volcada luego en la ley, era suprimir
los niveles inferiores de agentes y suboficiales y nivelar
hacia arriba, buscando que a mediano plazo todos los policías
fueran oficiales y se encontraran en alguna fase del proceso
de profesionalización. La enseñanza y actualización continuas
eran el corolario natural de este esquema.
La inexperiencia de los funcionarios que asumieron con el
gobierno de la Alianza en 1999 alteró estos objetivos y
terminó tempranamente con el programa de la reforma, aunque
nadie lo haya admitido. A poco de estar en el poder decidieron
incorporar un nuevo tipo de policías, llamados “auxiliares”,
con una preparación rudimentaria y de apenas unos pocos meses.
Esos auxiliares suman ya varios cientos, configurando un grave
problema a futuro porque será necesario inventar cómo
incorporarlos a la carrera y al escalafón.
Pero además, las múltiples quejas existentes con respecto a su
accionar motivaron que hace unos días los propios funcionarios
del ministerio se cruzaran a través de los diarios – lindo
ejemplo – quejándose y atacándose por esta situación y
poniendo, como siempre, la culpa en cualquier lado menos en
ellos mismos.
Las cosas que escuchamos son increíbles. Un funcionario dice
que “los policías son indisciplinados porque salen muy rápido
del Instituto y los comisarios son quienes tienen que terminar
de formarlos”. Me imagino a la decana de la facultad de
medicina diciendo que los cirujanos salen un poquito
imprecisos a la hora de embocarla con el bisturí pero que el
hospital tiene que terminar de formarlos. O al decano de
ingeniería diciendo que a los ingenieros les salen medio
chingados los edificios pero ya aprenderán.
También los sistemas de ingreso a la policía se tratan, me
parece, con ligereza. En otras provincias argentinas estamos
trabajando con profesionales de Mendoza en la implementación
de programas creativos e innovadores en esta materia, con la
última tecnología disponible y recibiendo apoyos
internacionales. Aquí, en cambio, se reducen los requisitos
para ingresar a la policía, suprimiendo, por ejemplo, tests
laborales que se usan en todo el mundo para acceder a
profesiones de riesgo. ¿La explicación? Es que “son muy
difíciles, che”. ¡Pero estamos hablando de policías, un
trabajo de altísima exigencia! La policía no es una agencia de
empleo masivo y para cualquiera.
También debe ponderarse, en el contexto de la problemática
general, la grosera sobrecarga laboral de nuestro personal. Es
que sólo sumando recargos y servicios extraordinarios a los
servicios normales, pueden los policías redondear un ingreso
digno. Y tengamos en cuenta que hablamos de una profesión con
riesgo de vida y alto nivel de estrés. Por eso, para los
alrededor de 5000 policías que constituyen el grueso de la
fuerza, capacitarse es hoy una quimera o una ficción. ¿Quién
se hace cargo de esa sobrecarga que implica que la mayoría de
nuestros policías esté condenada a trabajar más de setenta u
ochenta horas semanales, mientras les resulta imposible
descansar o capacitarse? ¿Con qué nivel de cinismo podemos
hablar de mejorar su formación, incorporar cursos, hacer
manuales o traer gente de Chile para que les venga a enseñar
lo que tienen que hacer?
Tener pocos policías es sin dudas un gran problema, pero tener
policías escasamente preparados es una responsabilidad grave
de los últimos gobiernos, que han descuidado impunemente este
tópico.
Para colmo, la improvisación y el “ensayo y error” han sido la
regla los últimos años en seguridad. Nadie lleva hoy flores a
la tumba de la “cuadrícula”, un bodrio que costó millones de
dólares en vehículos y equipamiento y sólo sirvió para
multiplicar los accidentes de móviles policiales, incrementar
los gastos fijos, desmantelar las comisarías y seguir alejando
a la policía de la comunidad, sin tener impacto significativo
alguno sobre los niveles de delito. En el 2003 tuvimos la más
alta tasa de homicidios del país.
Se hacen experimentos que se promocionan como exitosos como la
“policía a mano” y cuando se pregunta si se va a extender a
toda la provincia se contesta que no, porque se necesitarían
quince mil policías. ¿Entonces para qué hicieron el
experimento si no se puede reproducir?
Dicen que los delitos han bajado y se exhiben estadísticas,
ignorando que en seguridad pública, si uno aprieta bastante a
una estadística le hace decir cualquier cosa. En noviembre del
año pasado tuvimos récord histórico de homicidios, en enero de
este año el récord se volvió a repetir. ¿Quién se hace cargo?
Personas que vienen de otros países se asombran al ver estos
niveles de impericia aunque también se asombran del
extraordinario aguante de la gente ante tanta desidia.
¿Y la Legislatura? Durmiendo tranquila el sueño de los justos,
escondida detrás del cascarón vacío de la “política de Estado”
se despereza a partir de la desgracia del domingo para ver si
se puede sacar algún rédito político de lo que queda del
pulmón del pobre chico Acuña o de lo que queda del futuro
policial del pobre cabo Maldonado.
Durante años la comisión bicameral de seguridad se desentendió
de la situación de nuestra policía y apoyó sin retaceos –
oficialismo y oposición – incrementos presupuestarios
vergonzosos que no se tradujeron en una mejora concreta para
los policías aunque si, tal vez, para algunos funcionarios; al
mismo tiempo que se sancionaban leyes oprobiosas y
oportunistas que reducían nuestros derechos y libertades.
Pero nuestros líderes políticos no entienden que la prioridad
absoluta de un sistema de seguridad son los policías; que los
sistemas son su gente, es decir, son las personas. Si las
personas están mal, o infra remuneradas o carentes de descanso
y capacitación, comprar un auto, una moto o un arma son
ejercicios flagrantes de malversación de fondos y – lo que es
peor – de malversación de la credibilidad pública en el
sistema democrático.
Por suerte el domingo, en el estadio, no hubo que lamentar
ninguna muerte, salvo, tal vez, las de la sensatez y el
sentido común.
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