El mito de la “Tolerancia Cero”
Dr. Alberto Montbrun
Publicado en LOS ANDES; Opinión, 14 de febrero de 2007
No hay dudas de
que en el contexto de las noticias de los últimos días
–homicidios, robos, asaltos, miedo– que nos conmueven tan
profundamente, la expresión “tolerancia cero” adquiere para
ciertos espíritus tentadoras resonancias. Hay también cierto
uso promiscuo del concepto en Argentina. Creo que debe
advertirse que esta expresión trasunta una comprensión
sesgada, parcial y prejuiciosa del fenómeno de la inseguridad,
que es complejo y multifacético. Me parece que ignorar este
carácter, ignorar que la inseguridad está mucho más
relacionada con la inequidad del ingreso o con la falta de
acceso a la educación que con las penas que pueda o no
establecer un Código es lo que desde hace años retroalimenta
el problema sin soluciones reales a la vista.
Se atribuye genéricamente la expresión “tolerancia cero” a
Rudolf Giuliani y a su primer Jefe de Policía William Bratton,
a quienes se sindica como responsables de la más exitosa
gestión de seguridad de la política moderna: la de la Ciudad
de Nueva York. Sin embargo, más allá del marketing de ambos
protagonistas, el delito había comenzado un descenso muy
marcado y fuerte en los EE UU ya partir de 1990. Giuliani
asume a comienzos de 1994, cuando la tendencia a la baja era
firme.
No debe confundirse “tolerancia cero” con la “teoría de las
ventanas rotas”, una propuesta seria y profunda de abordaje de
una política de contención de la inseguridad desarrollada por
los criminalistas James Wilson y George Kelling, y algunas de
cuyas fecundas implicaciones tuvieron cierta influencia en la
aparición de la expresión “tolerancia cero”.
Básicamente la teoría de las “ventanas rotas” postula que hay
una relación entre las incivilidades y las pequeñas ofensas y
los delitos mayores. Es decir que si las primeras no son
debidamente atendidas y si no se generan respuestas idóneas
para las mismas, los delitos más graves no tardarán en
aparecer. Que haya niños limpiando vidrios en la calle, gente
orinando o bebiendo cerveza en las esquinas o generando
molestias a peatones y automovilistas no son hechos que
configuren de por si conductas “delictivas”. Pero sí implican
una disfunción social que puede acarrear a posteriori
consecuencias criminógenas. La teoría postula que estos hechos
configuran problemas a los que debe atenderse ni bien
aparecen. Pero no postula que deban castigarse con cárcel o
encierro de manera directa sino por distintas vías de
abordaje.
La expansión de la “justicia restaurativa”, por ejemplo, como
vía de tratamiento de la problemática de la delincuencia
juvenil se inscribe en esta concepción. En general se coincide
que la baja del delito en EE UU se debió a un número de
variables entre las cuales se contó el crecimiento económico,
las nuevas modalidades de policía y seguridad – que
incorporaron la teoría de las “ventanas rotas” – y un aumento
significativo del número de policías y mayores requisitos de
capacitación.
Aquí vale detenerse un instante ya que si nuestros políticos
quieren copiar cosas de afuera sería bueno que valoren lo que
se hace en materia de capacitación policial. Para ingresar a
la policía de la Ciudad de Nueva York se necesita tener
veintidós años cumplidos y acreditar un mínimo de sesenta
créditos universitarios, lo cual equivale por lo menos a una
licenciatura de cuatro años. En ese contexto, es natural que
un policía necesite apenas seis meses para su formación básica
y poder salir a la calle con un arma, porque se descuenta que
tiene la madurez emocional y la capacidad intelectual
suficientes para el ejercicio de una profesión de riesgo de
vida.
Otro dato interesante, aunque cueste admitirlo debido a cierta
hipocresía en el debate del tema en Argentina, es que la
medida más efectiva contra la criminalidad en EE UU se tomó en
1973, cuando la Suprema Corte legalizó el aborto. Levis y
Dubner analizan en el libro “Freakonomics” el impacto positivo
que significó el no nacimiento –entre 1974 y 2000– de más de
treinta y siete millones de personas que no eran deseadas y
muchas de de las cuales hubieran encontrado serias
dificultades en el acceso a los beneficios del bienestar y por
lo tanto muy probablemente habrían incurrido en el delito.
Que la inseguridad es un fenómeno complejo lo prueba también
el hecho de que Bratton fue designado Jefe de Policía de Los
Angeles y Giuliani vendió su sistema a la Ciudad de México. En
ambos casos replicaron estrategias usadas en Nueva York pero
los resultados fueron particularmente magros.
En suma, la seriedad y complejidad del problema reclaman
alejarse de clishés demagógicos e intrascendentes, que sólo
buscan generar respuestas emocionales en nuestro agobiado
colectivo social pero que no tienen entidad alguna para
revertir las situaciones de inseguridad que enfrentamos.
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