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Policía y Cambio de
Paradigma
Diario UNO, Opinión; domingo 15 de julio de 2007
Alberto Montbrun
Doctor en Derecho
Profesor de Política Criminal, UdA
“Si a una
persona lo único que se le enseña a usar es un martillo, todo
lo que vea le parecerá un clavo”
Robert Trojanowicz
Desde hace años
parece advertirse un desfase entre el funcionamiento de
nuestra policía y las expectativas que la población y el
gobierno colocan sobre ella respecto a la atención y
contención de la problemática de la inseguridad.
El alto nivel de delitos, persistente en nuestro medio desde
hace casi dos décadas, acentúa la percepción disvaliosa del
funcionamiento policial en un contexto donde no solo está
afectada de manera central la calidad de vida de la población,
sino también la legitimidad de los gobiernos y del propio
sistema democrático ante las tentaciones de facilismo
autoritario.
¿Cuáles son las razones de la incapacidad del sistema de
seguridad policial para contener y reducir el delito en sus
configuraciones actuales?
Se han sostenido las más variadas respuestas: falta de
recursos; escasez de personal; obsolescencia de los marcos
legales; deficiente capacitación; benignidad de las leyes
penales; ineficiencia del sistema de justicia criminal;
arraigo de la doctrina de la “seguridad nacional” y la cultura
autoritaria; etc. En muchos casos estas respuestas se han
traducido en concretas decisiones de carácter político. Sin
soslayar la naturaleza compleja y multicausal del fenómeno,
pensamos que ninguna de ellas es idónea para explicar la
situación actual.
Sugerimos que el desfase de nuestra policía responde al cambio
de las dinámicas de la sociedad globalizada y cibernetizada
del siglo XXI, frente a las cuales los sistemas mecánicos y
rígidos propios de la sociedad industrial carecen de capacidad
de respuesta adecuada.
Ese desfase se traduce en un problema de falta de compensación
homeostática del sistema policial con el entorno social en el
cual debe operar. Esta falta de compensación se traduce en
inexistencia de prevención de ilícitos; demoras y deficiencias
en su investigación; mala relación con la comunidad,
especialmente sectores juveniles o socialmente postergados;
desprestigio institucional y desprestigio social de la
profesión de policía; casos de violencia institucional;
“gatillo fácil” y otros problemas.
A lo largo de los últimos años se han incrementado
significativamente los recursos económicos destinados por el
Estado a las policías y se han ensayado cambios de distinto
tipo en marcos legales, procesos de capacitación y estrategias
de seguridad. Sin embargo el número de delitos se mantiene muy
alto, así como también la recurrencia de las problemáticas
reseñadas en el párrafo anterior. ¿Por qué? Porque no se ha
producido una revisión paradigmática de la organización.
Las policías de Argentina y el mundo se estructuraron en las
primeras décadas del siglo XX siguiendo las pautas de las
organizaciones mecánicas de la sociedad industrial, es decir
estructuras jerárquicas y supernumerarias con rigidez
organizacional y verticalidad decisional. En ellas, un pequeño
grupo de jefes daba las órdenes y resolvía las estrategias y
un gran número de empleados sólo debía cumplirlas y acatarlas.
La emergencia de la sociedad del conocimiento y el
solapamiento intersticial de la disfunción en todos los
espacios individuales, sociales, laborales y políticos somete
a las viejas estructuras de gestión de la convivencia – no
sólo a la policía – a un efecto de trituración por
colapsamiento, al quedar comprometida su capacidad de
respuesta frente a la complejidad y transformación vertiginosa
del entorno. Este tipo de organizaciones rígidas no puede
incorporar nuevas prácticas con la rapidez que el entorno se
lo demanda, porque carecen de variedad de respuesta y de
capacidad para generar esa variedad.
Los estudios e investigaciones basadas en el paradigma
científico autoorganizativo y la teoría de caos y complejidad
proveen los marcos científicos idóneos para la búsqueda de
nuevas respuestas. Sin embargo, nuestros líderes políticos
exhiben frente a este tema una peligrosa ignorancia, que los
lleva a insistir una vez y otra vez sobre recetas ya ensayadas
y fracasadas.
Sugerimos entonces que el problema sustancial de nuestra
policía es la obsolescencia paradigmática de su modelo
fundante y la necesidad imperiosa de diseñar, con la
participación activa de todos los sectores interesados, un
nuevo tipo de estructura que las aproxime a las llamadas
“organizaciones inteligentes”, es decir organizaciones que
aprenden y coevolucionan con el entorno. Este encuadramiento
científico será el adecuado y actualizado para garantizar
coherencia entre el modelo organizacional y el tipo de
sociedad en el cual el sistema ha de operar.
Sin embargo, no podría comenzarse un proceso de ese tipo sin
un previo reciclaje de los modelos mentales de los líderes
políticos encargados de tomar las críticas decisiones
relacionadas con la seguridad.
Somos concientes de que pocas expresiones han devenido tan
corrientemente usadas, al extremo del desgaste y de
convertirse en un cliché, como la expresión “cambio de
paradigma”. No obstante, resulta imposible entender la
problemática actual de la seguridad sin una previa indagación
crítica del tipo de paradigma desde el cual analizamos el
problema.
Las policías tradicionales presentan un modelo rígido y
piramidal, con pocos jefes y mucho personal “de tropa” que
sólo cumple órdenes, realza tareas mecánicas y carece de
capacidad decisoria. La práctica de estas organizaciones es
reactiva, en el sentido de que patrulla y vigila al azar
mientras el delito no ocurre y recién actúa cuando recibe la
llamada de urgencia.
Por el contrario, las policías basadas en la concepción
paradigmática de la complejidad tienden a presentar un modelo
organizacional mucho más flexible, con menos grados en la
escala –porque todos los policías son profesionales– y con
mayor nivel de autonomía
decisional para manejar las situaciones locales que generan
delito o desorden. La práctica policial es proactiva, en el
sentido que el policía indaga las causales de posibles delitos
en zonas geográficas acotadas y trabaja asociado a la
comunidad y el resto del gobierno para contener, disminuir y
remover las condiciones de posibilidad de la disfunción.
El perfil militarista de la policía tradicional, copiado del
ejército y con una estructura de oficiales, suboficiales y
agentes se convierte ahora en un perfil claramente civil,
donde todos los policías son profesionales de la disfunción y
por lo tanto están en un único escalafón. Sigue habiendo
jerarquías pero ya no basadas en el grado, sino en la
experiencia y la capacitación.
Otra diferencia importante es el tipo de orientación de la
actividad policial. En los modelos tradicionales está
claramente orientada al cumplimiento de determinadas tareas,
tales como patrullajes, rondines, paradas, consignas y
operativos de distinto tipo. En cambio, en los nuevos modelos
la actividad está orientada hacia la obtención de resultados
concretos y la resolución de problemas. Cuando se resuelve un
problema se evitan, a futuro, muchos hechos similares. En
Mendoza, donde el viejo modelo opera en plenitud, hemos
llegado al absurdo de premiar a una comisaría por la cantidad
de personas que han sido detenidas para pedirle documentos o
para averiguación de antecedentes y medios de vida –la típica
“portación de rostro”– que es algo no solo absurdo, sino
además prohibido en otras jurisdicciones.
El tipo de respuesta que provee la policía tradicional es
siempre el mismo: patrullaje, arresto y auxilio a la justicia.
En los nuevos modelos, en cambio, la capacidad de respuesta
debe ser múltiple, variable y creativa porque precisamente así
es la disfunción que el sistema debe enfrentar. Por eso lo que
se valora es la capacidad de aprendizaje y generación de
novedad más que la capacidad de repetir mecánicamente rutinas
estériles.
Mucha gente me pregunta adónde se han hecho cambios de este
tipo y yo les explico que casi todas las policías de los
países desarrollados han comenzado en los últimos veinte años
procesos de transformación más o menos profundos en esta
dirección. En todos los casos se ha prestado una atención
sustancial al recurso humano del sistema que es, sin lugar a
dudas, el elemento más crítico y esencial de cualquier
policía. Los sistemas, en definitiva, son su gente. En Mendoza
vamos exactamente en la dirección contraria, por ejemplo, al
sacar como obligatoria la enseñanza secundaria completa para
ingresar a la formación policial; o al tratar de armar una
desopilante “guardia ciudadana” que es un engendro que ya ha
fracasado una y otra vez precisamente por su debilidad
paradigmática.
El proceso de reciclaje debe involucrar no solo a los nuevos
agentes sino también a todos los que se encuentran en
funciones. Pero también implica una capacitación de la
comunidad y de los líderes políticos, que deberían, tal vez,
actualizar sus conocimientos.
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