Lecciones de la crisis
Diario "Los Andes", Opinión, 23 de abril de 2008
El autor analiza lo ocurrido en Mendoza en la cuestión de la seguridad con el fracaso de la alianza PJ-PD en el área y el recambio ministerial, tratando de extraer de la crisis algunas conclusiones generales.
Por Alberto Montbrun - Abogado
Nuevamente una crisis relacionada con la seguridad en Mendoza. Nuevamente un ministro y un equipo que se van, con el agravante, en esta ocasión, de ser también el fracaso de un auspicioso entendimiento entre partidos políticos. Nuevamente la angustia de la gente frente a un problema de nunca acabar. ¿Qué lecciones podemos extraer de esta crisis? Se me ocurren algunas ideas sueltas.
El mito de la política de Estado y la urgente necesidad de generarla. Desde hace años nuestros políticos se refugian discursivamente en el mito de una presunta “política de Estado” en seguridad. La verdad es que si alguna vez existió, la misma duró unos pocos meses entre diciembre de 1998 y principios del 2000. Después de eso, salvo esporádicos intentos de algunos legisladores no hubo nada cercano a entendimientos profundos y sostenidos en el tiempo. Pero a nadie se le puede escapar que en este tema la falta de una política de Estado es particularmente dramática y desgastante, sobre todo por las frivolidades, tonterías y vanidades personales que parecen primar en la Legislatura y que afectan cualquier proceso en marcha.
La Legislatura está para algo más. En nuestro modelo de sistema republicano la política de Estado en seguridad debe fijarla la Legislatura. El Ejecutivo sólo es un ejecutor de la misma. En la Legislatura está representado, mal o bien, el ciento por ciento del colectivo social y el Ejecutivo sólo representa a una parte. Pero, además, la Legislatura debe fijar esa política deponiendo cuestiones partidistas y nutriendo sus decisiones con la base científica actualizada y transdisciplinaria que los tiempos reclaman. A la seguridad le sobran abogados penalistas, con todo respeto por los abogados penalistas, y le faltan científicos que se hayan desarrollado en campos como la psicología, la sociología, la educación o la economía.
El modelo policial actual está agotado. La gestión que termina sirvió para advertir que el modelo tradicional de policía, basado en los operativos masivos, el patrullaje al azar y la presencia disuasoria, es de corto alcance. Ese modelo de policía, que prioriza cantidad sobre calidad, sumado al grosero y vergonzoso sistema para-remuneratorio de los servicios adicionales, hace que nuestra policía esté exhausta. Pero agregar más personal a un modelo agotado nos lleva a incurrir en una patología organizacional llamada “incrementalismo” que sabemos que no resuelve sino que agrava el problema. El cambio de modelo es indispensable.
La política de seguridad debe ser integral. La regla de Pareto indica que ochenta por ciento de nuestro delitos tiene base socioeconómica. Seguir soslayando el impacto de la inequidad del ingreso, la pobreza y la falta de políticas sociales que promuevan la dignidad personal en el incremento de los delitos es absurdo. Hay también una ausencia notable de políticas de prevención de embarazos no deseados sobre todo en los sectores juveniles más vulnerables. Estos temas son tabú en el hipócrita lenguaje mendocino de lo “políticamente correcto”, pero si no los empezamos a hablar menos aún los vamos a empezar a resolver.
Jaque no debe renunciar a la audacia. La idea de reunir a dos de los tres partidos políticos tradicionales de Mendoza en una gestión común de un tema tan complejo como la seguridad ha sido de una audacia extraordinaria. Más allá de las explicaciones coyunturales de los escépticos de siempre, es propio de un verdadero líder buscar este tipo de estrategias. El fracaso de la experiencia no debe hacer que el Gobernador renuncie a la audacia, porque si hacemos siempre lo mismo, una vez y otra vez, ¿qué nos hace pensar que los resultados van a ser distintos?
Rediscutir los derechos humanos desde la tolerancia. Perdemos a Aguinaga, un demócrata que ha sido siempre expresión del más sano liberalismo político y que nunca pactó con un proceso militar. Perdemos a Rico, un policía que hizo su carrera en la más horrenda época de nuestra historia y pagó las culpas de un currículum impecable. Pero también perdemos a Pablo Salinas, un tipo íntegro y decente que jugó sus convicciones a fondo. ¿Hasta cuándo nos vamos a seguir destruyendo en nombre del pasado? Cuando Arafat firmó el acuerdo con Rabin bajo el abrazo cálido de Bill Clinton les explicó a sus amigos “la paz se firma con el enemigo”. Nelson Mandela cuenta que cuando salió en libertad después de dos décadas de cárcel tomó la firme decisión de olvidar los rostros de todos sus carceleros. “De otra forma, no podría haber contribuido a fundar la paz en Sudáfrica”, argumentó.
En síntesis, si no somos capaces de mirar para adelante para construir nuestro futuro juntos y nos quedamos, en cambio, con el dedo acusador, juzgando y condenando a nuestros semejantes desde el pasado, tal vez terminemos entendiendo que esta -y no otra, mucho mejor- es la provincia que nos merecemos. Pero yo quiero seguir militando en el optimismo.
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