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Hacia la
democracia directa
Diario Los Andes, Suplemento Cultura, 12 de septiembre de 2002
Dr. Alberto Montbrun
“El concepto
paternalista de poder está muy arraigado y mucha gente se la
pasa esperando que venga alguien a decirle qué hay que hacer.”
La
política, como tantas otras actividades, ha girado hasta ahora
bajo una determinada forma de percibir y entender la realidad
y bajo una forma de operar sobre ella que deviene de ese modo
de verla. Sin ingresar en preciosismos epistemológicos,
digamos que nuestro mundo es el producto de un paradigma
científico que emerge con la modernidad. Este paradigma
permitió un extraordinario desarrollo del progreso y el
bienestar y tuvo un impacto significativo y persistente sobre
las instituciones con las cuales nosotros tratamos de gobernar
la sociedad y gestionar la convivencia.
Sin embargo, en los últimos cien años, desde la teoría
cuántica hasta la termodinámica del no equilibrio, pasando por
la cibernética y la autopoiesis, se produjeron en la ciencia
cambios profundos que no han impactado todavía en nuestras
organizaciones públicas, que siguen atadas al modelo
positivista y sin capacidad de respuesta frente a las nuevas
realidades, presentando un "desfase" con el contexto en el
cual deben operar. No se nos escapan los riesgos de hacer
estas afirmaciones en un país donde existe un grosero divorcio
entre la política y la ciencia. En otros lugares, la ciencia
es el insumo crucial de las decisiones públicas, pero no en
Argentina donde a los científicos se los descalifica, o se los
manda a lavar los platos, desde la soberbia de la ignorancia.
Del reduccionismo al pensamiento sistémico
La ciencia evolucionó bajo el postulado cartesiano de que para
entender una realidad tengo que dividirla en tantas partes
pueda, a fin de entender cómo funciona cada una de esas partes
y a partir de eso entender el conjunto. Este reduccionismo es
todavía hoy la forma de ser de nuestras universidades que
retroalimentan un mundo compartimentado, plagado de
especialistas en porciones del conocimiento cada vez más
reducidas y aisladas unas de otras.
El emergente pensamiento sistémico implica una visión
distinta. Plantea una teoría del conocimiento que en vez de
orientarse hacia las cosas o los objetos se orienta hacia las
relaciones, interacciones y procesos. Postula que la realidad
no se puede escindir o fragmentar para entenderla, porque la
realidad no está hecha de elementos que interactúan sino de
procesos en retroalimentación dinámica y multinivélica. La
realidad es percibida como un todo integrado y no como una
discontinua colección de partes aisladas. El todo es más - o
menos - pero siempre distinto a la suma de las partes.
Relativismo axiológico, objetividad y racionalidad
Nuestra universidades siguen predicando que la ciencia es "axiológicamente
neutra", que prescinde de los valores o que los toma como
meros datos o hechos. También se repite que el observador es
neutral o independiente frente a la realidad, es decir, que la
ciencia estudia la realidad "tal cual es" y lo que no puede
ser medido o pesado no pertenece a su ámbito. Este dualismo
cartesiano ha generado un daño persistente en la convivencia
social y política.
Ahora sabemos que la ciencia no puede prescindir de los
valores por lo mismo que no podemos separar al observador de
la realidad y por lo mismo que el científico condiciona su
percepción a partir de sus propios modelos mentales. Pero
además, si observamos hacia dónde nos están llevando algunos
experimentos científicos - en términos de predación ambiental,
armamentos o manipulación genética - podemos comprender los
efectos de la neutralidad axiológica. En política, la
prescindencia de los valores nos ha llevado a un cínico
"pragmatismo" de peligrosas consecuencias.
También el postulado positivista de la exaltación de la
racionalidad, hizo que prescindiéramos de las emociones y las
sesgáramos con una especie de visión disvaliosa. "No te dejes
gobernar por tus emociones, nene". Sin embargo, los estudios
de las últimas décadas nos permiten saber que las emociones
guían nuestra vida y definen nuestras opciones más
importantes. Pero al sacarlas del ámbito de la ciencia, las
sacamos del ámbito de la instrucción y de la educación,
deviniendo en pésimos gestores de las mismas. En política, las
consecuencias del desmanejo emocional son terribles. Vemos a
líderes pelearse entre ellos por cuestiones absurdas y nimias,
entrando en agresiones y descalificaciones que de pronto no se
escuchan en una cancha. La gestión emocional implica el
ejercicio de la tolerancia, el pluralismo y la comprensión del
otro y es algo que se enseña en las Escuela de Gobierno del
mundo.
El egoísmo y el altruismo
Todavía en nuestras facultades se enseña que el egoísmo es el
motor de la evolución y se sigue enseñando a Hobbes como
palabra sagrada. A partir del positivismo, el egoísmo, la
competencia y la búsqueda del beneficio constituyeron los
pilares axiológicos de la sociedad moderna y, lógicamente,
infiltraron la política.
Pero los estudios sobre la deriva de las especies, parecen
indicar lo contrario a la idea del egoísmo como motor del
desarrollo. De los tres grandes caminos de la evolución que
conocemos, es decir la mutación aleatoria de genes, la
recombinación de ADN y la simbiosis, es esta última la que
parece justificar mejor la permanencia de las especies,
asociadas intensamente en un proceso eminentemente
colaborativo y creador de novedad. Es la cooperación y no la
lucha el factor que parece haber permitido la primacía de la
vida en el planeta.
Por supuesto, si mis modelos mentales persisten en la creencia
de que el egoísmo es el motor de la evolución, yo
retroalimentaré con mi conducta una cultura y una sociedad
egoístas. Si yo le enseño a mis chicos que el hombre es el
lobo del hombre, que los recursos naturales del planeta están
a mi disposición, que el papel secundario de la mujer es
"natural" o que siempre hubo pobres, yo estaré contribuyendo a
una sociedad que reproduzca, precisamente, este tipo de
percepciones. Imaginen las consecuencias de este pensamiento
en la actividad política, sesgada por la lógica binaria
oficialismo / oposición y por los procesos de suma cero.
Del modelo ideológico - prescriptivo a la gestión del
desequilibrio
Las ideologías, como sistemas de ideas de tipo rígido,
prescriptivo y programático, son un producto típico del
positivismo. Pero se empiezan a agotar cuando ingresamos en la
sociedad cibernetizada y complejizada, en la que se genera la
situación de crisis por obsolescencia de los sistemas
tradicionales y por emergencia de nuevos movimientos. ¡Ojo!
Que siempre hubo y habrá valores, principios y escrúpulos en
la actividad política y en cualquier actividad humana. No
suscribimos la "muerte" de las ideologías porque todos andamos
con un sistema ideológico de mochila, pero entendemos que han
desaparecido como herramientas de adopción de programas
públicos. ¿Por qué? Porque no pueden lidiar con el cambio
vertiginoso del contexto, el incremento exponencial de la
información y el escenario de la incertidumbre, que es el que
caracteriza la actual sociedad. Por eso, ahora, la política ya
no se asienta en la ideología sino en el management, en la
capacidad de aprendizaje y, sobre todo, en los valores que
superan las barreras artificiales entre partidos.
De la democracia delegativa a la democracia autoorganizativa
La democracia delegativa, y su posterior formalización
partidocrática, respondió a un proceso histórico que abarcó
del siglo XVIII al siglo XX temprano. En ese contexto, el
poder se erigió en "representativo" operando vía de la
delegación del ciudadano al gobernante en términos de un
mandato no imperativo. Ese modelo de democracia hace varias
décadas que presenta fisuras y déficits. Pero, además, el
modelo representativo está construido sobre un postulado de
hoy dudosa verificación: el postulado de que los líderes saben
más, están más preparados, están mejor capacitados para la
cosa pública que las personas a las que deben servir. La
transformación de la ciencia en un producto de consumo masivo
y el acceso a los beneficios del conocimiento de millones de
personas antes postergadas, cambian totalmente este escenario.
Hoy, sabemos que en la ciudadanía hay más lucidez, más
conocimiento y más sentido común que en los líderes.
Pero esto parece no comprenderse. No se entiende que la
primera corrupción de un gobierno es sustraer recursos de la
comunidad - por la vía del impuesto, la tasa o la contribución
- sin proveer a cambio respuesta idónea en tiempo, costos y
oportunidad a las necesidades de ese colectivo social. No se
entiende que la primera corrupción de un funcionario no es
robar sino aceptar un cargo para el cual no está capacitado y
profesionalizado. La falta de percepción de estas cuestiones
pone en riesgo severo la estabilidad de nuestro sistema
político y compromete su insumo crucial que es la legitimidad.
Y no nos olvidemos, por favor, que nuestra democracia está
construida sobre una montaña de muertos y el compromiso ético
más elemental reclama que esas muertes no hayan sido en vano.
El paso del positivismo al paradigma sistémico de la
autoorganización, nos lleva a plantear la necesidad de
prepararnos para el próximo gran cambio de la política: la
emergencia de una democracia autoorganizativa, muy cercana a
la democracia directa. No se pueden comprender nuevas
estrategias y fenómenos - desde la la policía comunitaria o
los contratos locales de seguridad hasta las redes de trueque
y economía solidaria - sino desde una comprensión profunda de
este cambio que está teniendo lugar. Y estas innovaciones,
claro, encuentran mucha resistencia en los modelos mentales
establecidos.
Los cambios que se avecinan requieren un proceso profundo y
sostenido de reciclaje de instituciones y de modelos mentales,
pero esto no vendrá "desde arriba", esto necesita protagonismo
cívico. Sostenemos que no habrá un sistema político fuerte y
sano sin un pueblo empinado en el verticalismo de su
responsabilidad ciudadana total.
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