DR. ALBERTO MONTBRUN

"El paradigma fundamental que domina nuestra política es el paso de una democracia representativa (madisoniana) a una democracia directa (jeffersoniana)."

Dick Morris: "El nuevo príncipe"

 
viernes, 7 de agosto de 2009
La educación en la encrucijada

Por Alberto Montbrun - Abogado

El autor propone adecuar el sistema educativo a la ciencia moderna de modo que realmente pueda volver a enseñar y aprender. Para eso nos ofrece una serie de propuestas.

Recientemente nuestro centro de investigaciones ha sido convocado para coordinar un equipo de trabajo destinado a analizar la reforma del sistema educativo de Mendoza. Hemos centrado la tarea en los que deben ser los lineamientos de una reconversión profunda, que ponga al sistema a tono con las características de la sociedad tecnotrónica del conocimiento del siglo XXI y que esté científicamente asentado sobre el paradigma de la complejidad.

El actual proceso de definición de la nueva conducción de la Dirección General de Escuelas puede ser propicio para enmarcar un debate sobre un tema tan convocante como es el del futuro de nuestra educación.

Metodológicamente, sugerimos distinguir con claridad dos espacios de discusión que, aunque íntimamente relacionados, suelen confundirse y demorar las decisiones. El primero es el estrictamente “pedagógico” y tiene que ver con las nuevas metodologías educativas; los nuevos contenidos y saberes; las destrezas y habilidades que se desean impartir; el perfil de personas que queremos formar.

El segundo espacio es el que denominaríamos el “administrativo burocrático” y tiene que ver con las infinitas cuestiones relacionadas con la función docente, horarios, jornada de trabajo, licencias, remuneraciones, promociones, ascensos, escalafón, jubilaciones, etc. Distinguir ambos espacios resultará útil y evitará redundancias innecesarias.

Más allá de las recurrentes explicaciones de las razones de la crisis del sistema educativo -bajos salarios, deficiente infraestructura, escasa capacitación del personal, legislación obsoleta o que no se cumple, chicos problemáticos, crisis de valores, erróneo manejo del poder, violencia en las instituciones manifestadas en las relaciones interpersonales, impacto negativo de los medios- lo que a nuestro juicio subyace en la problemática de la educación es la obsolescencia científica del marco paradigmático sobre el cual el sistema está concebido y desarrollado.

La noción de paradigma tiene que ver con nuestra forma de percibir, entender y operar la realidad. Es como el marco de referencia con el que nos movemos y tiene su base en la ciencia. La ciencia moderna, que nos viene de Newton y Descartes, definió una forma de percibir y operar el mundo que ahora ha sufrido una impresionante transformación.

La escuela de la sociedad industrial -al igual que otros macrosistemas de gestión de la convivencia que también están en crisis, como las policías, la Justicia o los partidos políticos- se erigió en base al racionalismo positivista propio del siglo XIX.

Pero a lo largo del siglo XX, a partir de los desarrollos de la teoría cuántica, del constructivismo, de la gestáltica, de la cibernética, de la geometría de fractales, de las estructuras disipativas, de la autopoiesis y de otras vertientes del pensamiento científico, pudimos advertir que la realidad es mucho más compleja, irregular e impredecible de lo que suponíamos. Ahora advertimos también que las instituciones que creamos para administrarla ya no resultan eficaces.

Nuestros niños nacen ya instalados en la sociedad tecnotrónica del conocimiento, que era impensable hace apenas cuatro décadas. Consumen medios de comunicación desde que están en el vientre materno. Nos sorprendemos cuando los vemos a los tres o cuatro años de edad manejando celulares, mp3 o interactuando con la computadora incluso mejor y con menos dificultades que los adultos.

Sin embargo, cuando tienen cinco años, colocamos a esos niños súper estimulados y cargados de energía en una escuela que es exactamente igual a la que asistieron nuestros padres hace sesenta o setenta años. Como esa escuela falla, nos enojamos con los chicos en vez de enojarnos con nosotros mismos por no haber sido capaces de actualizarla a los nuevos tiempos y exigencias.

También para una tarea como la que se propone, resulta importante precisar y definir el concepto de ser humano que aspiramos realizar en plenitud. El paradigma positivista trabajó con un concepto acentuado en lo lógico y racional, pero ahora sabemos que el ser humano es multidimensional. Un ser humano integral exige una formación que considere como mínimo su dimensión física, emocional, mental y espiritual como una unidad indisoluble. Hoy se habla de alrededor de trece tipos de inteligencias. Consideremos al menos estas cuatro fundamentales.

Es importante además que no se cometa nuevamente el error de percibir la educación únicamente desde el punto de vista de los adultos, sin entender y abarcar la percepción y la visión de las niñas, niños y adolescentes y sin contemplar, además, el complejo y estrecho vínculo que se establece entre educador y educando, debiendo éste ser fluido, integral, dinámico, sin roles dogmáticos preconcebidos.

Quienes trabajamos con enfoque sistémico, sostenemos que los sistemas son básicamente las personas y las interacciones que éstas generan. De nada sirve preocuparse por equipamientos, edificios, tecnologías o pomposas leyes con largas enumeraciones de derechos y principios, si no podemos garantizar que las personas que “metemos” dentro del sistema están en las mejores condiciones posibles de encarar la construcción de procesos fecundos de enseñanza y aprendizaje.

El problema más importante que enfrenta hoy nuestra educación es el de las consecuencias de la exclusión y la marginalidad principalmente en niñas, niños y adolescentes. Las políticas efectivas de inclusión deben comenzar ya.

Hay proyectos existentes que deben ser considerados con urgencia por la Legislatura. A ello se suma otra problemática preocupante que es el embarazo adolescente, que ha trepado en los últimos años a cifras escalofriantes, retroalimentando el circuito de la exclusión y sacando a niñas y adolescentes del sistema.

En cuanto al sector docente -el otro insumo humano crítico del sistema- uno de los principales problemas que presenta parece ser la falta de motivación, interés y entusiasmo por su trabajo, en el contexto de un marco excesivamente igualitario que no permite estimular, promover o reconocer a quienes se destacan o se esfuerzan, salvo por la acumulación de puntos con jornadas o seminarios que no siempre son el mejor índice de real capacitación.

Hay una escasa valoración social por la función docente sumada a una remuneración históricamente baja. Los maestros han perdido la alegría por el estrés en el que viven. Por ello sostenemos que la jornada de trabajo docente debe estar efectivamente limitada con garantía de un salario suficiente y con prohibición expresa de excedentes que afectan no sólo la calidad de la enseñanza sino, principalmente, la salud del docente, violando elementales normas de higiene laboral.

También debe promoverse el efectivo arraigo de los docentes en el establecimiento educativo, buscando que desarrollen sus tareas en uno solo, de manera que no sólo sea efectiva la tarea pedagógica sino que, además, puedan integrarse al medio y a la comunidad educativa y no tengan que andar de un establecimiento a otro.

La proliferación de tareas burocráticas; el nulo estímulo a la creatividad y a la innovación personal; el déficit en educación emocional de nuestros docentes -y del sistema en general- y la persistente fragmentación disciplinaria, son otros de los problemas a enfrentar.

Al mismo tiempo aparecen experiencias provisoriamente positivas que deben profundizarse, como viene siendo la doble escolaridad, que permite una mayor vinculación existencial de los niños y niñas a las escuelas y la posibilidad de abrirse a aprendizajes no tradicionales pero esenciales para un ser humano integral como las artes, la música y las destrezas plásticas y estéticas, no vistas como un entretenimiento o una manera de contener a los adolescentes sino como una necesidad cultural por medio de la cual se expresan sentimientos y se desarrollan capacidades.

El nuevo sistema educativo, más que valorar el conocimiento como un fin en si mismo, debe valorar los procesos de aprendizaje vivenciados por docentes y educandos. La educación es un camino y un proceso, no un destino. El mismo criterio debe aplicarse a la educación en valores. Estos no se enseñan memorizando y repitiendo sino ejerciéndolos en la plenitud del cotidiano hacer.

Se habla de nuevas leyes. Debemos comprender las limitaciones de la legislación para abordar temas tan complejos como el fenómeno educativo. Las leyes no son más que “pareceres” de un conjunto de personas respecto de cómo debería funcionar un sistema, pero de allí a su verificación fáctica hay un tramo extremadamente engorroso y largo.

A ello se agrega la ausencia de claridad del marco jurídico de la educación en la provincia, complicado ahora por la entrada en vigencia de la nueva ley nacional que, por suerte, es sobreabundantemente discursiva y principista pero con escasas disposiciones operativas.

Si nuestros líderes no aceptan que el cambio es posible, nada sucederá. Por ello deben salir de la lógica perversa del “no se puede”, “es muy difícil”, “es muy caro”, “nunca se ha hecho antes”, “el sindicato se va a oponer” y tantos otros modelos mentales retardatarios que no tardan en convertirse en profecías autocumplidas y que inercian la actual situación condenando a nuestros niños y niñas a un futuro, no tan lejano, de ignorancia y sometimiento.