Cuando la
presidente1 Cristina rescató valientemente los
goles arteramente secuestrados por los esbirros de la
dictadura –previo pago de altísimo y doloroso rescate– me
sentí más desorientado que chupete en la oreja. Pensé que ya
lo había visto todo. Sentí también que el desmadre emocional
de la pareja presidencial sumado a la falta de creatividad e
iniciativa de la oposición, han convertido lo que podría haber
sido un gran debate en un triste cruce de acusaciones y
reproches, con futuro incierto.
La ley de medios
de comunicación es definitivamente una de las grandes deudas
de la democracia. Muchos proyectos se han presentado. Durante
años se desarrollaron en casi todas las provincias foros y
debates encaminados a la reforma del antiguo y
sistemáticamente violado marco legal sobre medios de
comunicación de la dictadura militar. (Que sea de la dictadura
debe ser tomado con pinzas. En Mendoza la ley de partidos
políticos es de la dictadura y la Legislatura no parece
haberse inquietado mayormente por modificarla.)
Frente al
desafío de la pareja gobernante de presentar de una vez por
todas el debate, la respuesta de la oposición ha sido
exactamente la misma que ejercía en los años de Menem:
enojarse, histeriquear, no dar quórum, no asistir a las
reuniones de comisión, no participar de las audiencias, no
interrogar y dialogar con los que concurren a exponer, no
producir despacho de los proyectos, oponerse a todo, criticar
todo, decir que no, que no y que no. TN, todo no.
Ante la creativa
y progresista propuesta de postergar el debate hasta diciembre
le pregunté a un legislador nacional si en caso de primar tan
sensata postura pensaban no cobrar el sueldo hasta entonces.
Un poco desconcertado me dijo que tenían otros temas
importantes para discutir así que podían seguir cobrando.
Inútil fue preguntarle qué podía ser más importante que la ley
de medios, salvo la ley de presupuesto, que se trata
normalmente entre noviembre y diciembre y para la cual,
siempre tan originales, ya piensan pedir que se postergue su
tratamiento.
Al final hay que
terminar reconociendo que más allá de su escalofriante hábito
de prepotencia y malos modos los K son los únicos que parecen
tener iniciativa.
Los radicales no
terminaron de arreglar con Cobos y ganar las elecciones para
volver a practicar las viejas y tradicionales prácticas
cívicas que tanto los han prestigiado: hacer miles de fichas
de afiliación, promover el clientelismo y los punteros y
despedazarse con entusiasmo entre ellos, sin advertir que
muchas de esas actividades son despreciadas por la gran
mayoría del colectivo social.
En el medio se ven cosas que serían desopilantes si no
cuestionaran el pobre papel de los líderes de la democracia
frente a la omnipotencia de los medios. Jaque y Racconto,
pobres, se iban haciendo cada vez más chiquititos y calladitos
durante el discurso de Daniel Vila sobre “la peor violación de
la Constitución desde el golpe del 76” (¿será para tanto,
Daniel, te parece?) demostrando que ni de un lado ni del otro
hay ideas o propuestas superadoras.
Si uno se olvida
un ratito de la pelea menor entre políticos y analiza los
proyectos que durante la democracia presentaron legisladores
de todos los partidos para regular el tema, advierte
rápidamente que las diferencias son más de forma que de fondo.
Pablo Fondevila, Margarita Stolbizer, Hector Polino, Silvia
Vazquez, Claudio Lozano, Horacio Alcuaz, Silvana Giudici, Roy
Cortina – es decir peronistas, socialistas, radicales K,
radicales comunes, del ari, conservadores, provinciales, etc.
– presentaron en la última década proyectos muy parecidos y
son muchas más las coincidencias que
las disidencias. Sin embargo, el Congreso jamás pudo debatir
el tema…¿por qué será? ¿a alguien le interesa que no haya un
marco regulatorio y la cosa siga discurriendo por el
discrecional camino de lo fáctico y de los hechos consumados?
Resuelva el lector.
A ver,
coincidencias en los proyectos: los veintiún puntos de la
iniciativa ciudadana para una ley de radiodifusión
democrática; la reserva de un porcentaje del espectro para
comunicación pública no gubernamental; la imposibilidad de que
los monopolios de servicios públicos sean titulares de
licencias; las restricciones a las telefónicas para que
ingresen al negocio; la posibilidad de que municipalidades,
provincias y universidades accedan a licencias; las
restricciones a la extranjerización de los medios; la
temporalidad de las licencias y el concurso abierto para
acceso a las mismas; los topes al otorgamiento de licencias y
las audiencias públicas para sus prórrogas presentan en todos
los proyectos matices similares y diferencias menores.
El perfil
estatal de la autoridad de aplicación también aparece siempre,
pero es el tema en el cual existen las mayores divergencias.
El problema
entonces no es la ley de comunicación sino la incapacidad de
la dirigencia política de enfrentar espalda contra espalda a
los monopolios del sector. Desde que volvimos a la democracia,
los políticos sucumbieron – una y otra vez – a la presión de
los monopolios de prensa. Una foto, un comentario laudatorio,
un reportaje, un espacio en la tele, una primera plana o lo
que fuera a cambio del prolijo agachar la cabecita y
claudicar.
Qué pena que
ante la oportunidad histórica de debatir la nueva ley aparece,
de un lado, la prepotencia y el apuro y del otro una falta
total de alternativas, salvo postergar, asustar y consolidar
el status quo.
Terminamos
pasando de los medios a los miedos. Pobre democracia.
1
En idioma
español los sustantivos terminados en “e” son neutros al
género, aunque la presidente no lo sepa. Con los adjetivos, la
regla es similar. La presidente ¿es ineficienta o ineficiente?
¿inteligenta o inteligente? ¿ignoranta o ignorante? Usted
decide. |